CAPÍTULO IV
Templanza
Era la primera vez que iba a los toros. Mi afición venía desde niño, pero nunca había estado en una plaza. Los olores, los contrastes de colores entre el albero y el burladero, el traje de luces, los murmullos, pero sobre todo lo impresionante de la presencia del toro, me fascinaron.
Cuando comenzó la lidia, lo que más me llamó la atención fue el temple del torero, esa forma de acompasar rítmicamente la velocidad que imprime al engaño con la velocidad de la embestida del toro.
Desde luego, la TEMPLANZA era un valor muy destacable en cualquier ámbito de la vida; actuar o hablar de forma cautelosa y justa, con sobriedad, con moderación para evitar daños, dificultades e inconvenientes.
Pero mi mente se fue a mi gran pasión, el aceite, un aceite equilibrado, con el justo picor y amargor, ese era un aceite con gran Templanza.
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